OPERACION IMPALA

Corría el año 1962 cuando cinco aventureros planearon atravesar el continente africano para promocionar el nuevo modelo de Montesa. Por delante 20.000 km, que los llevarían desde Ciudad del Cabo hasta Barcelona. Había comenzado la Operación Impala.
África distaba de ser el continente que ahora conocemos, las potencias europeas mantenían su dominio colonial sobre el territorio y, en aquellos países que se habían independizado, dictadores imponían con mano férrea su mandato. Las infraestructuras eran casi inexistentes y los peligros en forma de animales salvajes, tribus poco amigables, guerras o enfermedades, acechaban tras cada recodo del camino.

Pero nada de esto amilanó a los cinco aventureros que llevaron por bandera a la marca catalana Montesa a través de selvas, sabanas y desiertos. Por montura, el último prototipo de la casa, una motocicleta monocilíndrica de carretera, con 175 cc, 10,5 CV, 110 km/h de velocidad punta y una mecánica indestructible gracias a su novedoso motor monoblock que daría a la marca sus momentos de máxima gloria. 

Cuando los tres prototipos de Leopoldo Milá salieron de Barcelona rumbo a Ciudad del Cabo llevaban el nombre de Montesa modelo Montjuic, en honor a las gestas obtenidas en la prueba de resistencia catalana. Sin embargo, la repercusión de la expedición rebautizaría al modelo como Montesa Impala.


Todo se fraguó en la casa de Oriol Regás, quien introdujo en la mente de sus compañeros el germen de la expedición transafricana. Rafa Marsans, Tei Elizalde y Enrique Vernis, pilotos experimentados, no dudaron en acompañarle y eligieron a Manolo Maristany como cronista y reportero del viaje. Manolo iría tomando buena nota de todo en su diario de ruta, mientras acompañaba a los pilotos con un Land Rover adquirido en Ciudad del Cabo.

 Años más tarde publicaría el libro «Operación Impala», en el que narró los pormenores de la expedición y que nos ha dejado imágenes impresionantes para la historia, como ver a guerreros de las tribus Tonga a lomos de las Montesas o a los intrépidos pilotos entre cebras, jirafas e incluso impalas, el antílope que dio nombre a la expedición.

Enero de 1962 sorprendería a la Ciudad Madre con una inédita imagen: tres montesas, «La Baobab», «La Perla» y «Luchiernaga», y un Land Rover, «Kiboko», se disponían a iniciar el viaje que encumbraría a la categoría de mítica al modelo Impala de Montesa.


Tardaron 100 días en recorrer el continente, desde Ciudad del Cabo hasta Túnez, pasando por Johannesburgo, las Cataratas Victoria, Nairobi, el Lago Victoria, el Desierto de Nubia y las Pirámides de Giza.



Comenzaron en un sur dominado por el Apartheid y que supuso el primer impacto de una realidad muy diferente a la europea. Atravesaron Rhodesia en plena época de lluvias, con unas motos diseñadas para rodar por las carreteras y calle de Occidente, aunque pertrechadas para la ocasión con ruedas de tacos. Compartieron sus motos y banderitas de Montesa con las tribus Tonga de Zambia, tuvieron que cambiar su ruta al negárseles la entrada a un Sudán en guerra y tuvieron que arreglar sus máquinas en medio de una terrible tormenta de arena que había atascado unos carburadores no preparados para tan extremas condiciones. 

Al final del viaje, ya exhaustos, decidieron aprovechar las noches para avanzar con más diligencia, y fue al término de una de estas noches cuando se toparon con unos «extraños montículos» que resultaron ser las pirámides de Egipto. Por el camino 20.000 historias, tantas como kilómetros habían recorrido.

Tras un viaje en ferry desde Túnez hasta Barcelona, pasando por Marsella y en tercera clase, pues los fondos tocaban a su fin, los cinco aventureros entraban en La Rambla de Barcelona entre una gran multitud expectante. Habían hecho historia y con ellos una moto: había nacido la Montesa Impala.