Vuelta al mundo en Vespa en 79 dias

Santiago Guillén y Antonio Veciana Ferrus decidieron dar la vuelta al mundo en Vespa en 1962, partiendo de una España sumida en la didactura y en las dificultades económicas.

 Teniendo en mente la novela La vuelta al mundo en 80 días emprendieron su viaje con un itinerario por el Mediterráneo norte. Así pasaron por Francia, Italia, Grecia, Turquía, Irán, Afganistán, Pakistán, India, Malasia, Hong Kong, Japón, EE.UU., Inglaterra, Francia, y de nuevo en casa.
En los 79 días fijados recorrieron 18.937 km y cumplieron así un sueño. Eligieron la vespa porque conocían su manejo y mecánica, y el nombre que le pusieron fue Dulcinea, en recuerdo a la tierra donde nació toda esta aventura.
Un genio como Dalí llegó a colaborar en este proyecto pintando la moto y dejando a ambos lados de las maletas los nombres de Gala y Dalí.

El trayecto por Europa resultó sencillo, pero la etapa difícil fue Oriente. Allí las carreteras desaparecieron y en su lugar se encontraron con caminos que se correspondían con el trazado de las rutas de caravanas que había utilizado el mismo Alejandro Magno. Irán y Afganistán presentaron su cara desértica y dura… y así hasta completar la odisea.

El día 12 de octubre llegaron a la sede de la Delegación Nacional de Juventudes, donde se les prestó un gran recibimiento. Los recuerdos de un viaje tan especial quedan recogidos en el libro En 79 días. Vuelta al mundo en Vespa.

Santiago Guillén falleció en 1972, y con él se fue una gran personalidad en plena juventud. Antonio Veciana vive en la actualidad en Albacete, donde sigue siendo un gran aficionado a la moto
cicleta.

Y aquí es donde lo conocí yo, en el VIII Encuentro de Grandes Viajeros. 

Allí dio una charla y se estrenó una cinta sobre el evento, que resultó entretenida y emocionante.

OPERACION IMPALA

Corría el año 1962 cuando cinco aventureros planearon atravesar el continente africano para promocionar el nuevo modelo de Montesa. Por delante 20.000 km, que los llevarían desde Ciudad del Cabo hasta Barcelona. Había comenzado la Operación Impala.
África distaba de ser el continente que ahora conocemos, las potencias europeas mantenían su dominio colonial sobre el territorio y, en aquellos países que se habían independizado, dictadores imponían con mano férrea su mandato. Las infraestructuras eran casi inexistentes y los peligros en forma de animales salvajes, tribus poco amigables, guerras o enfermedades, acechaban tras cada recodo del camino.

Pero nada de esto amilanó a los cinco aventureros que llevaron por bandera a la marca catalana Montesa a través de selvas, sabanas y desiertos. Por montura, el último prototipo de la casa, una motocicleta monocilíndrica de carretera, con 175 cc, 10,5 CV, 110 km/h de velocidad punta y una mecánica indestructible gracias a su novedoso motor monoblock que daría a la marca sus momentos de máxima gloria. 

Cuando los tres prototipos de Leopoldo Milá salieron de Barcelona rumbo a Ciudad del Cabo llevaban el nombre de Montesa modelo Montjuic, en honor a las gestas obtenidas en la prueba de resistencia catalana. Sin embargo, la repercusión de la expedición rebautizaría al modelo como Montesa Impala.


Todo se fraguó en la casa de Oriol Regás, quien introdujo en la mente de sus compañeros el germen de la expedición transafricana. Rafa Marsans, Tei Elizalde y Enrique Vernis, pilotos experimentados, no dudaron en acompañarle y eligieron a Manolo Maristany como cronista y reportero del viaje. Manolo iría tomando buena nota de todo en su diario de ruta, mientras acompañaba a los pilotos con un Land Rover adquirido en Ciudad del Cabo.

 Años más tarde publicaría el libro «Operación Impala», en el que narró los pormenores de la expedición y que nos ha dejado imágenes impresionantes para la historia, como ver a guerreros de las tribus Tonga a lomos de las Montesas o a los intrépidos pilotos entre cebras, jirafas e incluso impalas, el antílope que dio nombre a la expedición.

Enero de 1962 sorprendería a la Ciudad Madre con una inédita imagen: tres montesas, «La Baobab», «La Perla» y «Luchiernaga», y un Land Rover, «Kiboko», se disponían a iniciar el viaje que encumbraría a la categoría de mítica al modelo Impala de Montesa.


Tardaron 100 días en recorrer el continente, desde Ciudad del Cabo hasta Túnez, pasando por Johannesburgo, las Cataratas Victoria, Nairobi, el Lago Victoria, el Desierto de Nubia y las Pirámides de Giza.



Comenzaron en un sur dominado por el Apartheid y que supuso el primer impacto de una realidad muy diferente a la europea. Atravesaron Rhodesia en plena época de lluvias, con unas motos diseñadas para rodar por las carreteras y calle de Occidente, aunque pertrechadas para la ocasión con ruedas de tacos. Compartieron sus motos y banderitas de Montesa con las tribus Tonga de Zambia, tuvieron que cambiar su ruta al negárseles la entrada a un Sudán en guerra y tuvieron que arreglar sus máquinas en medio de una terrible tormenta de arena que había atascado unos carburadores no preparados para tan extremas condiciones. 

Al final del viaje, ya exhaustos, decidieron aprovechar las noches para avanzar con más diligencia, y fue al término de una de estas noches cuando se toparon con unos «extraños montículos» que resultaron ser las pirámides de Egipto. Por el camino 20.000 historias, tantas como kilómetros habían recorrido.

Tras un viaje en ferry desde Túnez hasta Barcelona, pasando por Marsella y en tercera clase, pues los fondos tocaban a su fin, los cinco aventureros entraban en La Rambla de Barcelona entre una gran multitud expectante. Habían hecho historia y con ellos una moto: había nacido la Montesa Impala.